Un viaje con una maestra especial, la Ayahuasca

“Descubre quién eres, pero no te aferres a ninguna definición. Muta las veces que sea necesario para vivir en la totalidad de tu ser”
- Claudio Naranjo

En esta primera entrada del blog voy a compartir una de las experiencias más trascendentales en mi desarrollo tanto personal como espiritual, mi primera experiencia introductoria con la planta sagrada de la Ayahuasca.

Una propuesta tentadora

Por aquel entonces me encontraba viviendo en Ibiza, Tenía 20 años y me encontraba trabajando en un restaurante de temporada. Cuando podía disfrutar del tiempo libre los lunes (mi día festivo) me lo pasaba con un grupo de amigos muy diverso. Eran un tanto peculiares, incluso se les podría considerar hippies, pues vivían vendiendo collares por la calle y su forma de vivir era bastante nómada, pues vivían viajando gran parte del tiempo. 

Un lunes de junio de 2015 me encontraba sentado en la calle de Dalt Vila, el casco antiguo de Ibiza, cuando de repente recibí una llamada de mi madre.  Me comentaba que durante el mes de octubre estaría viajando a la selva colombiana, a lo que reaccioné:

“¿y qué vas a hacer a la selva colombiana?, ¿qué se te ha perdido allí? – respondí un tanto sorprendido. 

Me comentó que iba a realizar unos rituales chamánicos con unas plantas de la zona. En ese momento sentí una gran curiosidad por averiguar de qué se trataba y le comenté que si era posible unirse a vivir esa experiencia tan poco “común”.

Prácticamente, en un abrir y cerrar de ojos nos encontrábamos en el aeropuerto de Barcelona unos meses más tarde listos para salir hacia Bogotá.  Allí nos encontramos con el resto de personas que nos acompañarían en esta expedición. Para mí ese era un viaje muy emocionante, me llamaba mucho la cultura colombiana y quería averiguar más sin saber muy bien todavía qué era exactamente aquello a lo que iba a introducirme.  

No me había informado demasiado sobre la Ayahuasca así que fui prácticamente sin expectativas, abierto a lo que pudiera venir.

La llegada a Colombia

En el aeropuerto de Bogotá nos pasó a recoger una camioneta que nos llevaría hasta el sur del país, concretamente a la región de Pitalito (Huila).  Recuerdo que el viaje fue eterno, estuvimos más de 14 horas, ya que durante el trayecto se estropeó la furgoneta un par de veces. 

Para mí no fue ningún inconveniente, más bien al contrario, disfrutaba observando por la ventana aquellos paisajes llenos de vegetación y montañas, como también, pueblos recónditos donde la gente vivía de manera muy humilde. Lo que me sorprendió era la cara de alegría y el calor humano que expresaban.  Sentí un cierto flechazo por todo aquello que observaba a mi alrededor. Fue el primero de muchos viajes a estos parajes maravillosos de Colombia.

Al llegar, la camioneta nos dejó a las afueras de la ciudad, concretamente en la maloca de Don Gerardo. Era un espacio precioso, recuerdo ver plantas y flores de mil colores y formas extrañas, en el centro se encontraba la casita donde nos instalamos por un par de noches. Era una maloca de color blanco, en ella se encontraban animales pintados por todas las paredes, loros, jaguares, serpientes, colibríes, todos ellos con colores vivos y relucientes que según nos comentaron, eran animales protectores del espacio. El ambiente era cálido, estaba repleto de mariposas fascinantes y pájaros que no sabía reconocer.

En la parte trasera del terreno se encontraban las raíces de la planta maestra (banisteriopsis caapi). Recuerdo observar  sus formas curvadas saliendo del suelo y escalando hasta el cielo, se veía varias raíces robustas, fuertes y poderosas que rodeaban una zona de ceremonia con un pequeño altar y unas piedras colocadas en el centro en forma circular.

Durante ese día conversé con algunos acompañantes sobre la medicina, algunos de ellos no eran primerizos, ya se habían introducido hacía unos años.  Recuerdo hablar con mi hermano y divagar sobre todo aquello que nos contaron al respecto. Hablaban sobre sanación, unidad, liberación de traumas, una nueva forma de observar el mundo sin filtros. 

La familia de don Gerardo nos recibió con mucho amor y con los brazos abiertos. Al descargar nuestras pertenencias tomamos un jugo que no puedo recordar de qué era exactamente pero sí puedo recordar su sabor paradisíaco. 

Por la tarde presenciamos un breve concierto con música local mientras, poco a poco, los últimos rayos de sol se escondían detrás de la cordillera central. 

La noche oscura del alma….

Unas horas más tarde salimos para hacernos un baño sagrado con un mejunje de plantas para limpiar la energía del cuerpo. La temperatura en las últimas horas de la tarde había bajado considerablemente, no era muy apetecible desnudarse y echarse ese líquido ya frío por el cuerpo pero eran las indicaciones del chamán, por lo que todos lo hicimos sin rechistar. 

Cuando terminamos nos sentamos en círculo en la zona ceremonia exterior. El maestro Don Gerardo nos explicó los orígenes de la medicina, su historia, su cultura y, sobre todo, el respeto de los pueblos indígenas hacia aquel tipo de medicina,  ya que como enfatizaban era conocimiento sagrado heredado de sus ancestros

También nos explicó que había muchas variedades de la planta; unas se  llamaban tigre, otras loro, otras cielo… Se podría reconocer el tipo, ya que cuando se cortaba la raíz en el centro se podían observar sus formas que aludían a su nombre.

Media hora más tarde recuerdo que empezó a sonar una música ancestral desconocida por mí en aquel entonces,  y con  ella,  el chamán empezó a realizar unos cánticos a la medicina, conocidos como ícaros (canciones que los espíritus de las plantas les habían enseñado). 

Observé aquel líquido oscuro y denso, no podía ver su color con claridad al estar todo prácticamente oscuro. En ese momento me sentía expectante pero al mismo tiempo empezaban a incrementar mis nervios, tal y cómo ocurre cuando piensas en la incerteza de lo que ocurrirá al hacer algo nuevo por primera vez. 

Con la fricción de una piedra volcánica y un palo de metal creamos una chispa que nos permitió encender el fuego. Cada persona encendió una vela evocando una intención en ella.

Acompañados por la bendición del taita y una música ancestral ingerimos la Ayahuasca de tipo tigre-loro. Tenía un olor fuerte y un sabor que todavía a día de hoy me remueve el estómago. Cada uno se dispersó en el espacio de la ceremonia buscando un lugar cómodo para vivir la experiencia. Yo no me alejé mucho del fuego y decidí quedarme sentado por un rato. Reconozco que estaba más pendiente de lo que ocurría a mi alrededor que de mi proceso. 

Los dos primeros vasos me ayudaron a purgar sin sentir nada más allá de la necesidad de vomitar y limpiar mi cuerpo. Después de esperar un buen rato, o por lo menos esa fue mi percepción temporal, me acerqué a Don Gerardo para comentarle cómo me sentía. Para mí, todo era nuevo así que le pedí si podía tomar un tercer vaso. Me miró a los ojos y sin decir nada me lo ofreció. En ese momento sentí que al poco rato todo empezaba a cambiar. 

Como había ocurrido en las dos primeras tomas volví a vomitar, me dirigí hacia la maloca donde se encontraban varias personas cantando canciones de medicina para honrar el espíritu de la planta sagrada. Sentí una sensación de protección y un manto de tranquilidad que me abrazaba. 

Me encontraba de pié, moviéndome lentamente como un péndulo al son de la música mientras me refugiaba en esa sensación de serenidad profunda. No quería hablar con nadie, tenía la sensación de que necesitaba atenderme a mí en ese momento, que yo era la prioridad y que la planta empezaba a abrir campos emocionales que sentía retenidos en mi interior. Los efectos empezaban a ser notorios y cada vez me sorprendía más,  no por sus visiones sino por cómo me empezaba a sentir y a observar aquello que me rodeaba. 

“no se trata de buscar otros paisajes, sino de mirar el mismo paisaje con otros ojos”

Las primeras revelaciones

Al rato, salí del espacio para estar en contacto directo con la naturaleza, respondiendo a la llamada del fuego que de algún modo me estaba atrayendo. De repente sin entender porqué empezaron a caer lágrimas de mis ojos, y los suspiros incrementaron. Sentía que la belleza que percibía me hinchaba el corazón y llegaba a cada una de mis células como nunca antes. 

El llanto cada vez incrementaba con mayor intensidad, estaba liberando emociones que durante mucho tiempo había contenido. Hasta ese momento no había apreciado a ese nivel el gran regalo de estar vivo. 

El elemento del fuego me protegía, me estaba ayudando a comprender, un elemento más del Universo con el que conectaba, la planta me estaba enseñando el camino de regreso a la trascendencia. 

Gracias, gracias, gracias a la vida por ser tan maravillosa, repetía constantemente mientras lloraba sin cesar. Entendí que era un llanto de gratitud por ser consciente de la magia que la vida nos ofrece. 

El fuego me acariciaba, me consolaba, me guiaba y me arropaba. actuaba como un espejo, un portal por el cual me conectaba con la fuente de la vida, aquella que ya residía en mí pero que no había sido todavía capaz de poder conectar con ella de aquella manera

Allí sentí que estaba lo divino, interconectando cada uno de los seres, células y partículas que habitamos este planeta, como si se tratara de una red invisible infinita impulsada por la fuerza más poderosa, el amor. 

“Me encontraba en un punto en el que no había nada y a la vez estaba todo.” 

El lenguaje se queda muy limitado al describir este tipo de experiencias, ya que provienen de otros campos que ni siquiera podemos llegar a comprender, y que tal vez, no vale la pena ni intentar explicarlos sino limitarse simplemente a vivirlos e integrarlos. Mi primera lección con la medicina del Ayahuasca fue que todo es Uno,  que todo está completamente unido por un manto energético que lo envuelve todo. 

Que la vida es simpleza en la complejidad del sistema y que el amor es la fuerza más grande que existe.
¡Es superlativo!  

Finalmente, llegando prácticamente el amanecer y después de unas cuantas horas alrededor del fuego me tumbé a su lado y acurrucado con su calor me quedé dormido.

Con amor, Adrià.

Momentos previos al inicio de la ceremonia

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